Domingo de Ramos
Queridos hermanos, paz y bien. Hoy, Domingo de Ramos, inicia la Semana Santa luego de transcurrido el tiempo de Cuaresma en el que Dios nos ha dado la oportunidad de encontrarnos con Él, de buscarlo y de preparar nuestros corazones y nuestras vidas, para vivir plenamente este tiempo Santo en que vivimos como verdaderos cristianos una experiencia comprometida de fe.
El Señor hace su entrada triunfante en Jerusalén montado en un burro, a su paso se puede escuchar cómo el pueblo grita y lo aclama, ¡Hossanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David!. ¡Hosanna en el cielo! (Cf. Mc. 11, 9-10). Imagino entre esa multitud de personas, al ciego que recuperó la vista, al leproso que quedó limpio, a aquella mujer adúltera a quién Jesús le perdonó sus pecados; e imagino también mi voz y la de ustedes, queridos hermanos, que aun hoy tenemos tanto por qué agradecerle a Dios, porque en su amor infinito sigue teniendo misericordia de nosotros. Ahora bien, esas mismas personas, fueron quienes, a penas unos días después gritaron frente a Pilato ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! Puedo imaginar el corazón de Jesús, dolido, destrozado, con la esperanza puesta en la Voluntad del Padre que lo entregó en manos de pecadores para ser crucificado por cada uno de nosotros, y así salvarnos, pero, ¿Estamos viviendo realmente la dignidad de ser hijos de Dios por adopción? ¿estamos siendo congruentes con nuestra manera de vivir, de pensar, de actuar? o ¿aún seguimos machacando el corazón de Jesús con nuestros pecados y gritándole con el pueblo, ¡Crucifícalo!? Hermanos, Dios, nos ha dado madera de Santos y debemos dejarnos tallar por Él, ya san Ignacio de Loyola lo decía: El único error de la vida es no ser santos; dejemos atrás el rencor, la envidia, el resentimiento, los chismes; quitemos de nuestras vidas todo aquello que nos aparte de Dios y de la santidad a la que somos llamados cotidianamente ahí mismo donde estamos, recordando que ser santos no es ser perfectos, sino luchar con todas nuestras fuerzas, cada uno de nuestros días por cumplir fielmente la voluntad de Dios. Miremos en la Cruz a Cristo Crucificado, y fijos en sus ojos, entreguémosle nuestro corazón y nuestra vida y escuchemos con atención su voz, que llena de misericordia y de amor nos dice: Estoy en la cruz por ti, porque te amo, ¡Ven y sígueme!, quiero que seas santo. No te niegues al llamado de Jesús. Ánimo.
Alonzo Álvarez
Fraternitas Evangelii Gaudium
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