EL CAMINO CONTEMPLATIVO: VISIÓN TEOLÓGICA (III)
Estimados hermanos, ya llegamos a la cuarta semana donde hemos venido exponiendo algunos elementos del camino contemplativo. En esta ocasión podremos ver como la oración es un proceso, que el cristiano debe de trabajar y emprender para encontrar ese vínculo intimo con nuestro Señor. Ahora en un esfuerzo para comprender las claves de la espiritualidad del recogimiento, principalmente a partir de las magistrales descripciones de Teresa de Ávila y de Juan de la Cruz, se puede intentar traducir sus experiencias a lenguaje actual, dentro de las claves de la moderna espiritualidad. Encontraríamos así que el lenguaje místico cambia en su formulación a través de los tiempos, pero no en sus contenidos. Se tiende hoy día a considerar que, en realidad, la oración es fin en sí misma, que transcurre en forma de un proceso sin término, y no se “hace”, sino que se “recibe”, cuando el orante hace un vacío en su propia personalidad (cf. La oración contemplativa, Thomas Merton) La oración es “el” fin (de todo esfuerzo, de toda pretensión) a pesar de que la concepción generalizada es considerarla un medio, si bien esto se aplicaría a las formas superficiales de oración, entre las que está la llamada oración de petición. Y es fin por su propia naturaleza, si se ha comprendido bien ésta, pues para el cristiano no puede haber mayor paz y felicidad que la inmersión en Dios con Cristo Jesús, que no es sino el objetivo y centro del proceso oracional bien entendido. En este proceso se pasa de las formas de oración a la oración “sin forma”, ya que…imágenes y formas…son la corteza del espíritu nos dice San Juan de la Cruz. Sin esta convicción la oración pierde su sentido principal, que es el de estar “sin eficacia”. Muy a menudo el progreso se detiene porque se convierte a la oración en algo útil, un medio de descanso mental o corporal, o simplemente porque se espera algún resultado: Pero San Juan de la Cruz, en su obra: Subida al Monte Carmelo nos ilumina diciendo que para ir adelante también se ha de desnudar el espiritual de todos esos gustos y apetitos en que la voluntad puede gozarse. Particularmente esta búsqueda de resultados lo que realmente hace es dificultar y detener el proceso hacia la oración contemplativa. Es fundamental la disposición de humildad y abandono de pretensiones en el momento de la oración, aunque las reflexiones piadosas puedan ser útiles en la vida ordinaria, en la que se injerta prontamente el “espíritu oracional”, manifestado principalmente por la paz interior. El orante se mueve por la fe desnuda, que le asegura que está en la presencia de Dios, que sabe y conoce sus necesidades en todo momento: ni es menester más, porque todo lo demás estorba e impide de decir “fiat voluntas tua”: cúmplase, Señor, en mí vuestra voluntad de todos los modos y maneras que Vos, Señor mío, quisiereis (Camino 34, 10). Santa Teresa de Jesús anima a que en la oración se mantenga un espíritu de escucha, de atención, que no se debe entorpecer con las propias ideas, por muy elevadas que parezcan. …sino que se esté allí con Él, acallado el entendimiento . Y esto lo dice después de proponer que, como medio de inicial disposición, se medite en alguna imagen de la Pasión, con lo que hace una pedagogía de transición de la oración mental a la de simple mirada. La santa nos indica que la oración no se “hace”, a pesar de que éste es un término comúnmente empleado, sino que es un proceso de progresivo abandono de sí mismo en cuanto que se simplifica. Y esta actitud de abandono se pretende desde los comienzos. Se trata de ser en vez de tener. Entonces, en el orante vacío de sus contenidos mentales se puede producir el encuentro. Cuando en la oración se posee algo -aun cuando ese algo sea la idea de Dios-, no se ha llegado al umbral contemplativo. San Juan de la Cruz lo expresa posiblemente con mayor acierto: sino que dejen estar el alma en sosiego y quietud, aunque les parezca claro que no hacen nada y que pierden tiempo, y aunque les parezca que por su flojedad no tienen gana de pensar allí nada (La Noche Oscura 10, 4). El santo describe aquí un momento de especial importancia en la oración: cuando el alma comienza a sentirse atraída, con períodos fugaces de “no saber” que fácilmente confunde con distracciones o con adormecimiento, cuando no con imaginarios peligros y todo ello le inclinan a abandonar este camino. Santa Teresa de Jesús decía: Yo he topado almas acorraladas y afligidas por no tener experiencia quien las enseñaba, que me hacían lástima, y alguna que no sabía ya qué hacer de sí; porque, no entendiendo el espíritu, afligen alma y cuerpo, y estorban el aprovechamiento. Esta Santa, además, señala cómo el orante se introduce en un camino “sin caminos”, en el que la guía es el Amor y el obrar el dejarse conducir por Quien le ama. La oración es un proceso, en cuanto que es una dinámica de encuentro con la persona de Cristo, en el sentido que decía Pablo: llegar a ser conformes con el Hijo de Dios (Rom 8,29). Para muchos la oración es actividad rutinaria y superficial que, aun produciendo alguna satisfacción, no se traduce sino una reafirmación de modos de vida banales, lo que da seguridad, pero no paz ni confianza interior; se trataría de los cristianos conformes, “con riesgo” en palabras de Juan Pablo II (Novo Millenio Ineunte, #34). Todo el proceso de la oración auténtica tiene la característica de la disposición del orante a “dejarse poseer”, a abrirse a la gracia santificante que operará de modo silencioso el cambio que muchos piden en la oración verbal. Nos dice la santa Teresa de qué forma el orante va entrando en un camino de progresivo silenciamiento, hasta que entra en un terreno desconocido: En la mística teología que comencé a decir, pierde de obrar el entendimiento, porque le suspende Dios. De una oración de modos externos, verbal, afectiva, se pasa a la oración de recogimiento activo, sin modos, umbral de lo que ya es propiamente contemplación: “más siéntese notablemente un encogimiento suave a lo interior, como verá quien pasa por ello, que yo no lo sé aclarar mejor” (Moradas 4M, 3). Este colocarse en la puerta de lo desconocido puede ser efectuado conscientemente, con la preparación de cuerpo y alma, como los místicos aconsejan, o también alcanzado de modo espontáneo, con el progreso de la oración “común”. El problema es que cuando llega esta simplificación a la que se ha hecho mención, es frecuentemente interpretada como algo “negativo”, al perder las referencias tanto corporales como mentales, confundiendo al orante, que trata de volver a la oración “de siempre” cuando en realidad se le está llamando a un modo nuevo de amar. Si además es mal aconsejado, se pierde la oportunidad de entrar en camino de contemplación, lo que a muchos religiosos y bastantes seglares les ocurre comúnmente. San Juan de la Cruz describe muy acertadamente esta realidad: “De esta manera, pues, va Dios instruyéndola… y llegue a actual substancia de espíritu… …no puede llegar el alma sino muy poco a poco…” (Subida II, 17, 5). Por eso Teresa quiere mostrar el camino recto y preservar a sus discípulas de los errores y retrasos en que ella misma había incurrido: “Las que de esta manera se pudieren encerrar en este cielo pequeño de nuestra alma… …caminan mucho en poco tiempo” (Camino 28, 5). Marco Murillo Sánchez. Fraternidad Evangelii Gaudium
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