Reflexión del santo Evangelio según san Mateo (25,1-13)
- Fraternidad Para la Alegría del Evangelio
- 11 nov 2017
- 2 Min. de lectura
El Señor siempre viene, aunque tarde, siempre viene. A veces la oscuridad de la noche profunda parece vencer la tenue luz de lampara de la fe con la que alumbro mi espera, pero es en la noche de la espera en la que debo aprender a mantener mi lampara encendida, aun una pequeña llama puede mantener viva mi esperanza del encuentro con el Señor. Pero, para mantener encendida la lampara habrá que poner a disposición los dones que hemos recibido, dones que son el combustible con el que se mantiene encendida nuestra fe, por eso nadie puede darme de su provisión de aceite, yo tendré que mantener encendida mi lampara, con el aceite de los dones y virtudes que he recibido, como las vírgenes prudentes supieron mantener encendidas sus lamparas con el aceite propio. Si no estuviera preparado, puede que llegue el Señor cuando menos le espere y entonces quede fuera de la fiesta del banquete porque no supe mantener mi lampara encendida. Pregúntate ¿En qué he gastado el aceite de mis dones? ¿A quién he esperado, fuera de Dios? y para que no nos suceda como a las doncellas imprudentes repite esta intención: “Señor, que mi lampara este siempre llena de aceite para ti” Emmanuel Barrientos Arguedas. Servidor de la Fraternidad EG Toma un tiempo para darte cuenta que el Señor siempre nos espera. Me esperas cada día. Siempre vienes, no cesas de llegar desde el silencio hasta el sol de mi puerta. Tiras piedras suaves y pequeñas, transparentes al cristal de mi cuarto y de mis ojos. No descorro mi voz. No me doy cuenta de que Tú estás ahí, que esta hora es otra vez tu cita. No distingo tu llamada. Mañana, esta siesta, este ocaso, en esta noche también vendrás, Tú nunca dejarás de llegar. Hasta que un día saldré por fin, lo sabes, y en tus manos pondré cuanto me esperas y me diste. (Valentín Arteaga)

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