Introducción a la oración contemplativa
Queridos hermanos, en esta ocasión, deseo hacer un pequeño cambio de rumbo respecto a los temas que por aquí he tratado. Al iniciar con el tema de la familia, abarcamos algunas generalidades de la espiritualidad cristiana, desde el seno de la “Iglesia Doméstica”. Ahora quisiera adentrarme en algunos temas específicos de la espiritualidad del cristiano, empezando por una serie de artículos dedicados a la oración contemplativa; que es la expresión sencilla del misterio de la oración. Es una mirada de fe, fijada en Jesús, una escucha de la Palabra de Dios, un silencioso amor. (cf. CEC 2709-2719). Este tipo de oración la observaremos bajo la espiritualidad cisterciense, espiritualidad a la que su servidor es afín. Podríamos iniciar indicando que espiritualidad contemplativa, es un camino de unificación, de armonización, para poder ser creadores de comunión, de amor; es decir, un camino para vivir nuestra verdadera naturaleza que es imagen y semejanza de Dios, y Dios es Amor, por lo que nosotros también somos amor en Él. Cuando se nos viene a la mente la oración contemplativa, podemos imaginar que es una labor exclusiva de los mojes y religiosas de clautro, pero no es así, es algo que nos corresponde a todos. Pero en este caso, es preciso que observemos este tipo de oración desde la perspectiva de aquellos hombres y mujeres que dedican su vida a la oración. El monje, con su vida de oración es el “unificado” (o el que busca serlo) y todos tenemos algo de monje, todos tenemos una dimensión monástica. Hoy todos estamos llamados a vivir la espiritualidad contemplativa – sobre todo en este mundo tan acelerado y convulso –, y especialmente nosotros como laicos y laicas que cada vez debemos de tener más protagonismo en la iglesia según la eclesiología del Concilio Vaticano II. Introducirnos en un camino de oración contemplativa es lo que vamos a intentar con estas palabras. La espiritualidad cisterciense, siguiendo la antropología cristiana de su época, nos dice que el hombre tiene una pluralidad de dimensiones: la dimensión corporal, la dimensión emocional, la racional y la dimensión espiritual (aquella que está más allá del cuerpo, las emociones y la razón, la que es capaz de percibir que somos más que cuerpo o mente). Sentimos, sin embargo, que estamos fragmentados, divididos. La espiritualidad contemplativa lo que se plantea como primer objetivo es que nos unifiquemos, lo cual nos hará pacíficos, acogedores, no generadores de tensión, dialogantes y a la escucha de los otros. Nos hará alcanzar de forma siempre limitada la “apatheia”, el equilibrio interno. El que vive la “apatheia” es capaz de una actitud de paz y acogida. San Bernardo, el mayor difusor de la espiritualidad cisterciense, trabajó mucho en su época, a veces de forma muy firme, para lograr que la Iglesia no cayera en buscar el poder o el dinero, sino que fuera un ámbito acogedor, pacificador, dialogante, espiritual y contemplativo, que ayudara a la sociedad a vivir desde lo mejor de la naturaleza humana. Pienso que este esquema sigue siendo válido para hoy, tanto para cada cristiano como para cada comunidad. Un monasterio es, de hecho, hoy una iglesia que acoge sin juzgar, que intenta pacificar y que genera un espacio para vivir y cultivar la unificación y la comunión con uno mismo y entre los hombres. Y creo que eso tiene que ver mucho con el estilo de un grupo ecuménico hoy. Como les decía, el camino de la oración busca unificar todas las dimensiones que nos constituyen: el cuerpo, las emociones, la razón y el espíritu. En la experiencia de oración de hoy vamos primero a tomar contacto con nuestro cuerpo para, como dice san Juan de la Cruz; sosegar la casa, relajarnos. También vamos a trabajar nuestras emociones centrándolas en la contemplación de Cristo, a través del pasaje del evangelio que vamos a meditar, a trabajar la razón reflexionando sólo un poco sobre qué significa ese pasaje y a trabajar el espíritu saboreando mediante la contemplación amorosa el pasaje, es decir, mediante la atención amorosa a la huella que nos deje el pasaje. Ahora bien, la espiritualidad contemplativa no es sólo un trabajo individual de unificación, eso podría ser una forma de narcisismo espiritual, de egoísmo. La espiritualidad culmina cuando nos abrimos a toda la realidad, a los otros, al cosmos y a Dios. Nos ha de sacar del egocentrismo. La espiritualidad nos hace sentir que somos personas, no individuos aislados, sino comunión, relación con todo sin fusión, sin dejar de ser quienes somos. No es lo mismo ser persona que ser un individuo, la persona es algo único e irrepetible, tiene un misterio inefable, es una relación única con Todo y con todos, por ello, es comunión, un reflejo del Dios Comunión, del Dios Trinidad, unidad en la pluralidad. El monacato cisterciense es la primera espiritualidad moderna, moderna porque se centra en la persona, pone a la persona como el centro de la realidad, lo más valioso de la realidad. Entendida como comunión. Es un personalismo espiritual, un humanismo. San Bernardo decía: “Magna res homo” (¡qué gran cosa es el hombre!). La espiritualidad nos humaniza y nos hace descubrir la entraña humanista del cristianismo. La experiencia espiritual no debe quedar centrada en mí, debe llevarnos a la realidad, al Otro con mayúscula y a los otros, dar la mano a los otros al descubrir que no sólo estamos en relación con ellos, sino que somos relación con ellos y sin ellos no seríamos quienes somos. Como cristianos descubrimos que somos relación y comunión al encontrarnos con Cristo, comunión de la humanidad y el misterio, y Dios, manifestación para nosotros de la Trinidad, de la Comunión- Amor que fundamenta la realidad. Así decía Dante que el Amor mueve los astros y las altas estrellas, el cosmos entero. Hoy nos vamos a encontrar a Cristo a través de su Palabra y a través de la Comunidad, de la Iglesia. La palabra de Dios nos transmite la experiencia de las primeras comunidades de encuentro con el Señor, y evoca en nosotros esa experiencia de encuentro con Cristo. Experiencia que está más allá de las palabras y que por lo tanto necesita ser transmitida también por osmosis, de corazón a corazón, mediante el encuentro con otros que nos dejan una huella, que va transformando el corazón y abriéndolo a la Palabra, a Cristo. Pero la oración contemplativa no termina aquí, debemos intentar ir más allá de las palabras a ese ámbito espiritual nuestro, más allá del pensamiento, la emoción, el tiempo o el espacio. La meta de la oración contemplativa es que sea continua, no que estemos rezando con palabras todo el tiempo, sino que vivamos la oración en el trabajo, en la vida diaria mediante una actitud de acogida, ternura, diálogo, desde la semilla de comunión que sembramos al orar, que actuemos luego desde nuestra verdadera naturaleza imagen de Dios Amor. La meta no es estar siempre en la “contemplación” sino que es llegar a lo que los hermanos cistercienses llaman la “pobreza fecunda”, que es cuando se puede ver el Misterio en lo que, para el ego, es lo más feo, lo más pobre, lo más marginal, lo aparentemente más alejado de lo espiritual. Por eso hermanos, debemos profundizar en esta realidad que nos abraza como hijos de Dios, y así podremos contemplar a Cristo día a día en nuestra vida y podremos profundizar en su Misterio, que es tan hermoso, cuando se conoce y se vive de cerca. Marco Murillo Sánchez. Fraternidad Evangelii Gaudium
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