Aquel día amaneció para Romero
Aquel día amaneció para Romero El día amaneció con una aurora roja, roja como el color de la sangre derramada, como el color de los enrojecidos rostros campesinos que vuelven a casa después del arduo día de trabajo para ganarse el conque de los frijoles. Romero abrió las ventanas de la Iglesia aquella mañana y una bofetada de viento frío golpeo su rostro, era el viento que auguraba tiempo de tormentas, enfurecida lluvia de roja sangre, la tierra quedaría hastiada de tanta sangre, sangre de inocentes vendida como la de Cristo a divisa a dólar, sangre derramada en profana guerra fratricida. Tormentas presagiaba aquel viento frío de aurora enrojecida por sangre de hermanos derramada. El profeta aun dormía la mañana, el pastor al descampado andaba por los campos de labranza, allá no había viñas, pero si maizales, maizales de donde brota la vida, el maíz del que estamos hechos. Algunos me dicen que es el barro nuestra materia prima, pero los abuelos, ellos están seguros de que es de maíz nuestra factura. Pero si no hay viñas, si hay lobos que asechan deseoso a las ovejas y corderos y pues son ladrones atacaron de noche, mientras el profeta dormía y el pastor velaba. Y murió el pastor con su rebaño, es que nadie tiene mayor amor que aquel que es capaz de dar la vida por sus amigos. Y el profeta ¡despertó! Despertó del letargo profundo en el que yacía, despertó una madrugada fría y el fuego en su entraña se encendía y ya jamás se apagaría El profeta despertó junto al cuerpo inmolado, de su amigo por esbirros asesinado, primicia de sangre de justos derramada. Despertó profeta y pastor una mañana fría con la bofetada fría de la muerte. Y con él, pastor-profeta, despertó la Iglesia, la Iglesia mancillada y adormecida. Muy caro lavo sus vestidos, en sangre de hijos y lágrimas de madres, lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, es el clamor de los pobres en la voz del profeta que, en nombre de Dios, el Dios de los pobres, crucificado en su pueblo, y de su sufrido pueblo. sacrificado cuerpo de Cristo despreciado por el opresor violento, suplicó al violento, con voz de trueno, con la palabra pura y diáfana del profeta: Cese la represión. Profeta y sacerdote, Romero mártir nuestro, celebraste aquel día amanecido con aurora roja de sangre, con bofetada fría de muerte, la inmolación del cordero inocente violentamente sacrificado para salvación de su pueblo y a su sangre uniste la tuya ¡tú misa se hizo eterna! continua ofrenda al Padre, donación perpetua a tu pueblo, ellos (¡nosotros!) comulgan tu vida y continúan tu evangelio, evangelio en sangre rubricado, de vidas en violencia arrebatadas. Evangelio que es alegría porque a la noche de tu muerte le sigue la anhelada aurora del gran día.
Emmanuel Barrientos Arguedas
Coordinador Fraternitas EG
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