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Ser santos hoy: una vocación al amor y al servicio

“El único error de la vida es no ser santo”

                                  San Ignacio de Loyola

Paz y bien, queridos hermanos. Hoy es un día muy especial, celebramos la solemnidad de todos los santos y es por ello que he querido escribir una breve reflexión en torno de este tema.  En alguna de las oportunidades que he tenido de participar en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, mi director espiritual, el Padre Ángel María Pedrosa, sj (qdDg) me insistía en una vida de santidad, me conducía por caminos que otros (ya santos) decidieron seguir; con celo evangélico me hablaba de san Ignacio, de san Francisco Javier, san Alberto Hurtado, de san Pedro Fabro, de san Francisco de Asís, san Alonso Rodríguez y, sus ojos se iluminaban con la convicción de que fuera de la santidad todo es vano; que debía enamorarme y permanecer enamorado, tal como lo decía el padre Arrupe, pero permanecer enamorado no es tan sencillo como algunos creen: ser santos es un trabajo duro, que requiere de un compromiso de 24 horas al día, 7 días a la semana, 365 días al año, sin vacaciones, sin descanso, porque en ese “descanso” podría llegar el demonio y mandar por la borda los trabajos hechos durante mucho tiempo; es por ello, que aunque estemos cansados, desanimados y todo se nos convierta en un sinsentido, que debemos redoblar esfuerzos, y permanecer fieles en el llamado que se nos ha hecho a la santidad, así sea que el mundo marche en nuestra contra, que parezca ser que somos raros por querer vivir el Evangelio de Cristo, que nos tachen de cavernícolas, de ignorantes, que nos recriminen por “despediciar” nuestras vidas en ritos “obsoletos”, en rezar oraciones inútiles porque la fe no cabe los juicios de la modernidad hedonista y relativista; porque, como decía san Ignacio, al demonio no solo hay que soportarle sino que debemos vencerle… Es por ello que debemos tener amigos santos, y si no los tenemos tendremos que buscarlos, que conocerlos, que admirarnos por cómo llevaron sus vidas al extremo para dar mayor gloria a Dios, y ser conscientes de que la santidad es algo real que debemos buscar como nuestro mayor tesoro y que la pureza de nuestra alma ha de ser lo más hermoso que podamos imaginar, y que, cuanto más pura sea nuestra vida, mayor amor le estaremos dando al que es el Amor. Rezarle a los santos es tener la seguridad de que nuestras oraciones llegarán con más fuerza a Dios, pues ellos, intercederán por nosotros, por nuestras debilidades, por nuestros sufrimientos, por nuestra lucha diaria para poder perfeccionarnos en el camino de la virtud. Es amar a Cristo pobre con la pureza del corazón de san Francisco de Asís, es gritarle al hermano ¿de qué te sirve ganar el mundo entero si pierdes tu alma? como lo hiciera san Ignacio a san Francisco Javier; es servir al necesitado, ahí donde esté viendo el rostro de Cristo en el hermano pobre y enfermo tal como lo hiciera santa Teresa de Calcuta; es predicar sin miedo, con inteligencia, fe y razón como lo hizo San Juan Pablo II;  es ver al Señor en los demás a pesar de los malos tratos, a pesar de la sencillez de nuestra labor y poder decir con san Alonso “ya voy Señor” en cada una de nuestras acciones, por insignificantes que nos parezcan; es tener fe en la juventud que con su energía y entusiasmo contagia a otros y los hacen seguir los pasos del Maestro, al ejemplo de san Juan Bosco; es luchar contra las injusticias sociales y estar dispuestos inclusive al martirio por defender la fe y la verdad como lo hizo el Beato Monseñor Romero; es estar al pie de la cruz incluso cuando todos se han ido y poder contemplar la mayor prueba de amor del Hijo de Dios en el árbol de la vida, así como lo hiciera San Juan Apóstol; es servir en la entrega a la oración, despojándonos de todo por amor al reino como lo hiciera Santa Teresa de Jesús, es vivir con la humildad de San Martín de Porres; la fe y constancia en la oración de Santa Mónica y el sí a pesar de todos los obstáculos de una historia llena de pecado pero de un corazón enamorado del Altísimo y que lo deja todo por Él, como lo hiciera  san Agustín; es amar a la Nuestra Madre, María Santísima, ejemplo de vocación, de santidad, con la ternura y convicción de San Alfonso María de Ligorio… es saber que el próximo santo podrías ser tú, ya que Dios te ha llamado a vivir en santidad, ahora debes poner manos a la obra.  Lucha, recordando siempre las palabras de San Juan de la Cruz: “en el atardecer de nuestras vidas seremos juzgados en el amor”. Enséñame, Señor, cómo llegar hasta ti. Yo no puedo hacer otra cosa que desearlo… Cómo llegar hasta ti, no lo sé. Inspírame tú, enséñame, dime qué necesito para este camino”.                                                       San Agustín.

Busquen un santo, conózcanlo, y vean en él un modelo de imitación de Cristo, a sabiendas de que la invitación está hecha y que el pacto de amor ha sido sellado en la cruz para mostrarnos el camino que hemos de seguir… Paz y bien, y que todo en sus vidas sea amar y servir para mayor gloria de Dios. Dr. Alonzo Álvarez Fraternitas Evangelii Gaudium Sancta Maria, Mater Dei, memento mei. San Alonso Rodríguez


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