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En la familia: ¿Nos preparamos para ser familia?

El enunciado con que en esta ocasión, me dispongo a titular estas nuevas palabras, que con tanto gusto les dirijo a todos ustedes, parece que nos podría incitar a pensar que se trata de una redundancia conceptual o retórica, podría parecer que podemos caer en la suposición, en una respuesta anticipada al contexto que deseo traer a colación en esta semana, pero no es así. Cuantos de ustedes o nosotros hemos escuchado, o talvez han dicho en alguna ocasión: ¡A nadie le enseñan cómo ser un buen padre o madre! ¡Con el tiempo uno va a aprendiendo como ser papá! ¡No hay una escuela que le enseñe a uno como ser hijo! Pues bueno, esas afirmaciones no son del todo correctas, y puede llegar a ser preocupante para la harmonía y dinámica familiar, se mantenga esa idea, sin hacer nada al respecto. Como mencione de forma breve en el artículo anterior, el matrimonio, que es una institución sagrada y un eje primordial de nuestra sociedad, es un constante proyecto en construcción. No podríamos presuponer que cuando llegamos al altar, el vínculo matrimonial es perfecto y solo necesita mantenerse en el tiempo para que pueda perdurar. La unión conyugal debe cuidarse de tal forma que pueda robustecerse con el tiempo y pueda resistir a la prueba que se pueda presentar. Pero entonces ¿Cómo nos preparamos para hacerle frente a este reto? ¿Qué herramientas tengo para realizar la tarea de forma sobresaliente? ¿Estoy preparado para un compromiso para toda la vida? ¿Soy consciente que la crianza de los hijos puede ser más difícil de lo que pueda creer? O acaso ¿soy de las personas que espera tomar experiencias a partir de las los golpes que me de la vida o la sociedad? De aquí es que se podría desprender otra pregunta de carácter hegemónico: ¿Cuántos problemas nos podríamos evitar –dentro del núcleo familia, dentro de la sociedad, del trabajo, etc. – si todos los miembros de la familia fueran conscientes de sus responsabilidades y rolles dentro de la dinámica del hogar; si fuéramos suficientemente asertivos para manejar ciertas crisis maritales o filiales; si tuviéramos un desarrollo integral como personas? Por eso es que nos concentraremos en tres factores básicos, en los que debemos enfocarnos como familia para “ser” familia y poder hacerla crecer y madurar. El primer factor que me gustaría mencionar, es el: Descubrimiento vocacional de la familia, y no es solo el hecho del discernimiento a mi vocación cristiana y al saber que lo mío es el conformar una familia y no quedarme en la soltería o entregarme a las vocaciones ordenadas de la Madre Iglesia, va un poco más allá; hace referencia al descubrimiento del porque formamos una familia y que significa dentro de la economía de la salvación. El papa Francisco, en su Exhortación apostólica “Amoris Laetitia”, nos regala una luz al respecto de esa vocación familiar diciendo: “Nuestra enseñanza sobre el matrimonio y la familia no puede dejar de inspirarse y de transfigurarse a la luz de este anuncio de amor y de ternura – el “Kerigma” –, para no convertirse en una mera defensa de una doctrina fría y sin vida. Porque tampoco el misterio de la familia cristiana puede entenderse plenamente si no es a la luz del infinito amor del Padre, que se manifestó en Cristo, que se entregó hasta el fin y vive entre nosotros. Por eso, quiero contemplar a Cristo vivo presente en tantas historias de amor, e invocar el fuego del Espíritu sobre todas las familias del mundo…. Jesús «miró a las mujeres y a los hombres con los que se encontró con amor y ternura, acompañando sus pasos con verdad, paciencia y misericordia, al anunciar las exigencias del Reino de Dios» Así también, el Señor nos acompaña hoy en nuestro interés por vivir y transmitir el Evangelio de la familia”. La vocación familiar yace el razonamiento del amor y donación entre personas que han decidido estar unidos y que buscan un bien común y no un bien personal, sino que así como el mismo Cristo amó y se entregó por su Iglesia (cf. Familiaris Consortio #12); los esposos deben de amarse de tal forma, (y de forma refleja lo aprenderán los hijos), que se pueda emular ese amor (cf. Ef 5, 25-33). Al descubrir ese punto esencial, la familia podrá vivir de forma tal, que cada uno de sus miembros se entregue y le sirva al otro (sin olvidar a la sociedad) de forma amorosa e incondicional, para que reine la armonía en el hogar y en nuestros círculos más cercanos. El segundo factor es la Formación Familiar. Y en este caso, es importante saber que me refiero a una formación integral humana y religiosa. Las familias, son conformadas por personas – en ocasiones muchas, y en otras no tantas – y las personas somos seres muy complejos, dotados de toda clase de habilidades, inteligencia, pensamientos, emociones, sentimientos, que giran en torno a infinidad de contextos sociales, personales, ambientales, que pueden derivar en muchas variables muy profundas. Debido a eso, es que debemos de desarrollar un plan formativo de madurez personal para poder conocernos mejor y así poder conocer mejor a los demás; ya que es muy difícil pretender establecer vínculos solidos con otras personas –sobre todo con aquellas con las que convivimos a diario–, si no tengo un amplio autoconocimiento, de mis capacidades, de mis limitaciones, de mis necesidades, etc... Para ello tenemos que adentrarnos progresivamente en nuestra dimensión ética, espiritual, cognitiva, afectiva, comunicativa, estética, corporal, socio-política. Esto también ayudara a la familia a vivir de manera orgánica. Y por último pero no menos importante, el tercer factor básico que debemos desarrollar, conservar o perfeccionar para “ser” familia, es la Espiritualidad Familiar. Este aspecto también va un poco más allá de limitarse a ir a misa y de vez en cuando, recordar orar en la mesa por los alimentos o antes de acostarse. Si no que es el hecho de optar por la santidad familiar (mencionado en artículos anteriores). El papa San Juan Pablo II, en el año 1981, en su Exhortacion Apostolica la misión de la familia cristiana en el mundo actual “Familiaris Consortio” nos decía: “..los esposos cristianos, para cumplir dignamente sus deberes de estado, están fortificados y como consagrados por un sacramento especial, con cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, que satura toda su vida de fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su propia perfección y a su mutua santificación, y, por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios». La vocación universal a la santidad está dirigida también a los cónyuges y padres cristianos. Para ellos está especificada por el sacramento celebrado y traducida concretamente en las realidades propias de la existencia conyugal y familiar. De ahí nacen la gracia y la exigencia de una auténtica y profunda espiritualidad conyugal y familiar”. En el centro de esa espiritualidad familiar, debe reinar Dios. La espiritualidad cristiana y familiar significa llevar una vida consciente de nuestra dignidad de hijos de Dios, y que Él nos llama a seguir a su Hijo. El seguimiento de Jesús marca toda la vida espiritual de los creyentes; debemos de llegar a ser discípulos misioneros de Jesucristo. Ese seguimiento se vive en la vida cotidiana, también en la vida conyugal y familiar. El don del Espíritu, presente en el sacramento del matrimonio, ofrece a los esposos y a la familia el camino a través del cual, hombre y mujer, unidos sacramentalmente, crecen juntos en la fe, en la esperanza y en la caridad y testimoniando en su vida el amor salvador de Cristo. Todas estas cosas y más hermanos míos, son elementales para SER una familia cristiana, como se dice por ahí: “como Dios manda”. Y siendo verdadera familia, es que podremos entregarnos de lleno al plan salvífico de Dios, para con nosotros, con nuestros hermanos y con el mundo entero. Siendo familia enfrentaremos mejor los retos actuales y podremos superar cualquier obstáculo que se nos presente por delante. ​ Marco Murillo Sánchez. Fraternidad Evangelii Gaudium 


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