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De la necesidad del silencio en nuestro camino de fe

Paz y bien queridos hermanos. Desde una óptica de la espiritualidad católica, hablar de camino es hablar de silencio. Ahí, en nuestro día a día: en nuestras labores domésticas, en nuestros trabajos, en nuestro tiempo de ocio y desde luego, en el tiempo que dedicamos a nuestro crecimiento espiritual. Es por ello, que hoy quiero compartir un breve mensaje acerca de esa experiencia del silencio físico en nuestro camino de fe.

Hay un silencio que se ha de procurar cada día, que se ha de aprovechar en cada instante que se pueda: el silencio del cuerpo y de la boca; este nos concede muchas veces paz en el alma y tranquilidad en la mente, el silencio que somos capaces de “escuchar” solo cuando acallamos nuestro escándalo propio, nuestro bullicio, nuestras palabras improcedentes y nuestro ego fanfarrón. Abro un paréntesis. Existen muchas personas que a pesar de su experiencia de fe intensa y comprometida no se atreven a dar ese paso que les falta en el camino de la perfección, porque ese es el fin último al que se nos llama y se nos insta a vivir: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre Celestial” cf. (Mt 5,48). La santidad bien concebida debe conducir al hombre a la perfección, a sabiendas de que no somos perfectos pero sí perfectibles y no podemos vivir al margen del refrán trillado de la sociedad para justificar nuestras debilidades y errores: “es que nadie es perfecto”… algo que no significa que no se pueda lograr, ya que si el mismo Jesús nos invita a ello es porque es posible, ahora bien, no dijo que fuera fácil pero sí posible y en ese detalle hemos de aferrarnos para emprender la marcha hacia la meta. Por esto, considero de suma importancia que en el camino de la santidad debe haber un esfuerzo más que grande por purificar nuestras palabras, por no hacer comentarios que socialmente pueden carecer de valor y ser inofensivos pero que sin duda nos conducirían por una ruta que no lleva a la santidad. Cuidar lo que se dice no es ser moralista, es aceptar un llamado de Dios, además, la misma boca que alaba a Dios no puede manchar su nombre con palabras vacías y soeces. Fin del paréntesis. El silencio que al entrar en la intimidad de nuestra vida nos provoca un ambiente de meditación, de reflexión y armonía con el todo que el Señor nos regala. El silencio ha de ser nuestro aliado tantas veces cuanto podamos al día; por la mañana al despertar y que nuestro primer encuentro con el silencio nos conduzca a un encuentro con el Amado, para así disponer todas nuestras tareas y hacerlas de forma tal que sean para mayor gloria de Dios, así, al rezar con salmista: “Señor abre mis labios” cf (Sal. 51) sea realmente una alabanza lo que salga de nuestras bocas porque solo podemos ser felices si alabamos eternamente al Creador, fuente y culmen de nuestra fugaz estancia en la vida terrena. Así, procurando silencio físico en varios momentos del día, podremos amoldar nuestra ánima para que el encuentro con el Amado sea como el de aquel que estando ciego se le ha devuelto la vista cf. (Mc 10, 51-52) y aquel que estando mudo ha sido capaz de dar gloria a Dios con sus labios. cf. (Lc. 1, 67-78). 

Que el silencio sea tu aliado 

y la oración tu fortaleza 

en la batalla de tu día a día

Porque para ser santos 

no se requiere de muchos atributos personales  

sino de mucha Gracia Divina,

de mucha humildad en el alma 

y de la esperanza 

de que en el atardecer de nuestras vidas Nuestra Madre María nos tome de la mano y nos lleve con su Amado hijo Jesús...

Paz y bien.  

Dr. Alonzo Álvarez Fraternitas EG


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