Aquel día amaneció para una pagana
Aquella pagana no había podido conciliar el sueño, toda la noche la pasó pensando cómo se acercaría a aquel galileo, ¿Qué le diría? Ese nazareno era su última esperanza, ya no sabía a quién recurrir. Aquella pobre mujer no había podido dormir en toda la noche, su hija extrañamente si que había pasado una noche tranquila, cosa rara desde esa fatídica tarde de verano. Su hija era una chiquilla buena, muy obediente, un poco despistada pero muy creativa, le encantaba conocer cosas nuevas, a veces resultaba muy preguntona y podía cansar un poco, pero todo lo arreglaba con sus abrazos llenos de ternura, de la ternura de una niña como pocas, para una madre, lo sabía aquella mujer pagana, los hijos son únicos. Pero aquella tarde de verano su hija no era la misma parecía como si le hubieran apagado la luz que diáfana se le escapaba de los ojos y en su lugar una pesada noche se hubiera apoderado de su alma. Desde entonces hasta ahora las violentas convulsiones se apoderaban de la pobre, algunos días parecía ausente de si misma, otros, en cambio, maldecía se revolcaba y escupía. Aquello no era vida y eso que no era vida le estaba pasando factura. Había buscado remedio entre los médicos de su pueblo, los sabios le dijeron que debían someterla a periódicos sangrados y además de tomar infusiones que resultaron ser inútiles del todo. Luego, contaba la mujer a una amiga suya que le acompañaba, fueron a ver a los sacerdotes. Aquellos nobles sabios sabían mucho de estrellas constelaciones y dioses, pero les era ajeno el sufrimiento de una por su pequeña. Ellos recomendaron ofrecer un cordero en sacrificio. El inocente animal -pensaba la pobre- no tenía culpa de cuanto sufrían, pero tenía la esperanza de su muerte acabaría con el suplicio de su vida condena a la impotencia ante el sufrimiento de su hija. Tampoco funciono, entonces en medio de su impotencia llena de cólera maldijo a los baales y las esperanzas muertas que ofrecían. Ya casi se había dado por vencida cuando un día en el río entre bateas, cuentos y noticias oyó por primera vez de un nazareno, un maestro bueno. Contaban los viajantes que aquel galileo devolvía la vista a los ciegos, la voz a los mudos y hacía que los sordos escucharan. Las aguas se calmaban ante su voz y… y expulsaba demonios “¿expulsaba demonios?” – pensaba – han de ser cuentos de viajantes, ¡Patrañas! Ya no estaba para creer cualquier cosa, pero ¿y si es cierto?, déjalo estar, se decía, yo soy ciro-fenicia, Galilea me queda lejos como la esperanza de ver sana a mi hija. Pero en el pueblo volvieron a oírse rumores buenos, traían consigo esperanza para los menos, hablaban de aquel galileo decían cosas hermosas, contaban sobre su Reino. Un Reino donde hay campo para todos, también para los de lejos. Bien, no pierdo nada con ir a verlo, contarle mi historia, pedirle que cure a mi hija, de cualquier manera, no somos menos que ellos, sus seguidores, los judíos; aunque nos digan perros. La mañana de aquel día que amaneció para ella, recogió como pudo las pocas fuerzas que le quedan, las hizo un puño y con su coraje al hombro fue en busca de aquel carpintero de ojos buenos. Jesús era el nombre de aquel galileo, aunque le suelen decir, Señor y maestro, también Mesías e hijo de David ¿Cómo le diría al verlo? Y pensó que lo mejor es gritarle “ten piedad, Señor mi hija esta malamente endemoniada” y así fue; cuando llegó allá donde estaba aquel nazareno lo reconoció de una tenía en si mismo una fuerza solo superada por el amor que de él emanaba. Recién habían almorzado y habría sido una mesa abundante pues los perros se habían saciado con las migajas que cayeron de la mesa de sus amos, ahora aquellos animales yacían placidos seguros al resguardo de la sombra de su amado maestro. La mujer cananea los envidiaba quería poder dormir con la confianza de aquellos perros, ya saciados, sin necesidad alguna y a la sombra de su amo. Y le grito con todas las pocas fuerzas que le quedaban y le rogo con el coraje de una madre desesperada, pero no pasó nada, Jesús ni se inmutó, como si nada pasara y volvió a gritarle, ese hombre debía hacerle caso él podía ayudarla, pero volvió a quedarse como si nada. Es que su acento cananeo le acusaba, era una pagana, Pedro intercedió por ella más que por bondad por vergüenza - “Señor atiéndela, no sea que la gente piense de ti que amar te da pereza”. No puedo Pedro, no ves que es cananea, yo he venido a por las ovejas de Israel y no por esa gente necia. No está bien dar de comer a los canes la comida que para sus amos se apareja. “Señor mira a estos perros, puedes ver como a tu sombra se contentan, tranquilos y satisfechos pues con las migas de la mesa de sus amos se alimentan” Jesús se conmovió, y con un abrazo levantó a la cananea del sitio de los perros a la mesa de los y mientras la abrazaba le decía “mujer que grande es tu fe, limpia el llanto de tus ojos, cuanto has pedido se ha cumplido, tu hija esta curada y yo me alegro contigo” La mujer salió corriendo y llegando a su casa le vio y era cierto, en los ojos de su hija había luz de nuevo.
Emmanuel Barrientos Arguedas
Coordinador Fraternitas EG
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