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Los primeros años de vida matrimonial

En estas semanas, nos hemos adentrado en algunos temas al respecto de la familia, que creo son importantes, para el descubrimiento de la misión propia como cristianos desde el seno familiar. Ahora deseo enfocarme en los primeros pasos de la vida matrimonial, hecho determinante que ayudara a formar las bases necesarias para una cuna de valores y principios que han de ser enfocados al amor mutuo, a los hermanos, pero principalmente a Dios. Al respecto de este tema, nuestro santo padre el Papa Francisco, quiso dedicarle unas palabras en su reciente Exhortación Apostólica Postsinodal: Amoris Laetitia. En él, recalca la importancia del acompañamiento de la familia en los primero años de vida matrimonial, y empieza este apartado señalando: “Tenemos que reconocer como un gran valor que se comprenda que el matrimonio es una cuestión de amor, que sólo pueden casarse los que se eligen libremente y se aman. No obstante, cuando el amor se convierte en una mera atracción o en una afectividad difusa, esto hace que los cónyuges sufran una extraordinaria fragilidad cuando la afectividad entra en crisis o cuando la atracción física decae. Dado que estas confusiones son frecuentes, se vuelve imprescindible acompañar en los primeros años de la vida matrimonial para enriquecer y profundizar la decisión consciente y libre de pertenecerse y de amarse hasta el fin. Muchas veces, el tiempo de noviazgo no es suficiente, la decisión de casarse se precipita por diversas razones y, como si no bastara, la maduración de los jóvenes se ha retrasado. Entonces, los recién casados tienen que completar ese proceso que debería haberse realizado durante el noviazgo”. De este texto, se desprende esta reflexión, ya que muchos de los estamos en los primeros años de vida familiar y matrimonial – y aquí hablo también, con criterio personal – necesitamos crecer como personas dentro del nuevo vínculo conyugal, y carecemos de las experiencias y sabidurías que solo los años y el caminar en pareja enseñan. Cuando se decide iniciar un camino – con proyecciones a futuro, ya que sabemos que existen relaciones entre personas que se basan en saciar un simple deseo de compañía – al lado de una persona de quien se siento uno atraído, se empieza una aventura llena de emociones, sentimientos y momentos que a veces nos cuesta explicar. En estas situaciones, debemos empezar, de forma consiente, nuestro discernimiento hacia la vocación matrimonial con esa persona, ya que sin él, tendremos la tentación de tener una relación centrada únicamente en el amor Eros – teniendo en cuenta también en las otras tentaciones en las que se pueden caer producto de él – sin cultivar el terreno necesario y fértil para que se desarrolle un amor Ágape; que es sumamente necesario para vivir una sana y armónica convivencia matrimonial, principalmente en los primeros años. Esta delicada premisa sobre el noviazgo nos puede hacer creer, que cuando decidimos contraer matrimonio, ya hemos conocido en pleno a nuestra pareja, y nos impediría descubrir que el matrimonio no es algo acabado y plenamente formado, en el mismo día que salimos del templo y nos prometimos muchas cosas ante el altar, sino que es algo que se empieza a construir juntos, ¡sí! desde ese día y hasta el último. El matrimonio, la alianza esponsal que se establece entre el hombre y la mujer, es la expresión significativa de la comunión de amor entre Dios y los hombres, contenido fundamental de la Revelación (cf. Familiaris Consortio #12), y debe de pensarse y proyectarse así desde el noviazgo. El vínculo de amor de los novios – futuros esposos y bases de la familia cristiana – se convierten en imagen y símbolo de la Alianza que une a Dios con su pueblo. Ellos deben de esforzarse para mantener la fidelidad al Señor en todo este camino, para que cuando inicien la vida matrimonial, puedan mantenerse por el sano camino de sus enseñanzas y su plan de amor, como era el plan Divino del Señor con su pueblo elegido. Esta unión es real, nos dice el Papa Francisco, es una unión irrevocable, que ha sido confirmada y consagrada por el sacramento del matrimonio. Pero en el momento que se los esposos se unen, se convierten en protagonistas, dueños de su propia historia y creadores de un proyecto común que hay que llevar adelante juntos. La mirada debe dirigirse hacia el futuro que hay que construir día a día con la gracia de Dios y, por eso mismo, al cónyuge no se le exige que sea perfecto. Hay que dejar a un lado las ilusiones y aceptarlo como es: inacabado, llamado a crecer, en proceso. Cuando la mirada hacia el cónyuge es constantemente crítica, eso indica que no se ha asumido el matrimonio también como un proyecto de construir juntos, con paciencia, comprensión, tolerancia y generosidad. Esto lleva a que el amor sea sustituido poco a poco por una mirada inquisidora e implacable, por el control de los méritos y derechos de cada uno, por los reclamos, la competencia y la autodefensa; por lo que puede desencadenar en conflictos que se pueden ser como irreconciliables, y pueden llevar al final de la convivencia conyugal. Es alarmante como, según las estadísticas actuales, más del 50% de los matrimonios, no logran llegar a cumplir 1 año de casados, y terminan divorciados, por situaciones, que con una buena orientación espiritual y una donación esponsal verdadera, se hubieran evitado (cf. AL #220). EL matrimonio en sus primeros años debe de mantener un gran dinamismo de vida, de continuo descubrimiento y entrega el uno al otro, se debe de fortalecer los vínculos afectivos, emocionales y también, sin olvidar los espirituales, ya que si no se hace de esta forma, se puede entrar en un estancamiento y una monotonía perjudicial para la pareja. Se debe tener una motivación, una inquietud que los impulse hacia delante. El estímulo que los lleve hacia adelante con ese amor joven, esos ojos asombrados hacia la esperanza, no debe detenerse en ningún momento, y menos en los primeros años. En el noviazgo y en los primeros años del matrimonio la esperanza es la que lleva la fuerza de la levadura, la que hace mirar más allá de las contradicciones, de los conflictos, de las coyunturas, la que siempre hace ver más allá. Es la que pone en marcha toda inquietud para mantenerse en un camino de crecimiento. La misma esperanza nos invita a vivir a pleno el presente, poniendo el corazón en la vida familiar, porque la mejor forma de preparar y consolidar el futuro es vivir bien el presente. (AL #219) Por todo esto, es que debemos acompañarnos unos a otros en estos primeros pasos de la vida matrimonial; debemos como cristianos, dirigir nuestra mirada y caridad, hacia aquellas parejas que enfrentan algunas dificultades en sus primeros pasos de vida en pareja. Debemos de ser conscientes que para que esta etapa inicial se pueda superar, de forma positiva, y resultando en el crecimiento constante y permanente de la pareja en la fe, la esperanza y en el amor, se debe de empezar desde el mismo noviazgo el fortalecimiento de estos tres pilares; se debe de adentrar en la vida del Amor verdadero, del Amor que todo lo perdona, del Amor que todo lo cree, del Amor que todo lo puede, del Amor de los Amores… el amor de nuestro Señor Jesucristo, ya que un matrimonio sin Cristo, difícilmente permanecerá en pie, ya que él es nuestra roca, donde debemos de cimentar nuestras vidas y donde a pesar de la tormenta, nos mantendremos firmes sin desfallecer.

Marco Murillo Sánchez. Fraternidad Evangelii Gaudium 


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