Que Jesús sea tu Cireneo
Paz y bien, queridos hermanos. San Ignacio de Loyola decía que solo en el silencio de la oración se sabe a qué sabe Dios y es por ello que en medio de este clima de calma y de meditación, he puesto en manos del Señor cada una de las palabras que aquí pueden leer. El ser humano moderno parece estar inmerso en una especie de laberinto que lo lleva por diversos caminos a lo largo de su existencia, algunos de esos caminos lo conducen a Jesús y otros lo alejan de Él. Para muchos, la seguridad de qué camino se sigue parece intermitente, ya que en reiteradas ocasiones se dejan llevar por sentimentalismos más que por una certeza real de ser santos. Pero, el hombre de hoy, ese que vive dependiendo de la conexión a la web, ese que se ha dejado invadir por un materialismo que trasciende en muchas ocasiones las barreras de lo racional, ese hombre que ha relativizado la moral y el tiempo, ¿ese hombre, se ha preguntado concretamente qué significa ser santo hoy? Parece utópico reflexionar sobre este tema, pero en realidad es algo que nos concierne a los cristianos. Ahora bien, seguir a Jesús, es fácil en tiempos de consolación, pero ¿qué hacer entonces cuando el sufrimiento, el dolor y la desesperación parecen haber invadido nuestra existencia, nuestras horas, nuestro sueño? ¿qué hacer cuando ya no podemos valernos por nuestras propias fuerzas? ¿cuando hemos perdido todo interés? ¿cuando queremos darnos por vencidos y pensar que ni Dios podrá con aquello “tan grande” que nos acongoja? En esas situaciones es que se mide nuestra fidelidad al llamado que se nos ha hecho: ser santos. Esta noche, mientras rezábamos el Rosario en familia, en el cuarto misterio doloroso, en cada Ave María que servía de música melodiosa para contemplar con los sentidos y con el alma tan doloroso momento de la Pasión del Señor, y gracias a la meditación hecha antes de las avemarías, contemplé como nunca antes lo había hecho, al Señor, junto a mí, miserable pecador, cargando mi cruz, esa cruz llena de historia y que se me ha concedido con el único fin de contribuir en la edificación de la santidad de mi alma y de la que yo, tantas veces he renegado, quizá por ignorancia, por orgullo, por falta de humildad y por falta de esperanza, pero que desde hoy, he vislumbrado desde una perspectiva completamente distinta: cuando ya yo no pueda más, le pediré al Señor que sea mi Cireneo, que me ayude a cargar con mi cruz, porque no le quiero fallar, porque no quiero hacerlo sufrir por mi debilidad, por mi fragilidad humana, por eso le pido y, humildemente le entrego todo lo que soy, para que Él sea quien me sostenga en medio de cada dificultad. Hay ocasiones en que hemos perdido toda esperanza y en que nada ni nadie nos ayuda a ver la brillantez del sol en nuestras propias narices y es ahí, justo ahí, cuando más humildad hemos de tener para ponernos de rodillas y con las manos aferradas al santo rosario orar con todas nuestras fuerzas para no caer en tentación, porque un alma sin pecado es hermosa, más bella que cualquier deleite que el demonio nos pueda ofrecer para vernos caer; por ello, es necesario discernir qué es aquello que hemos de obrar para dar mayor gloria a Dios Nuestro Señor, en qué hemos de invertir nuestro tiempo, de qué manera, desde nuestra cotidianidad, podemos servir al anuncio del Reino de Dios y cómo hemos de purificar nuestras acciones, nuestras palabras, nuestros sentidos… Hemos de proponernos santificar todas nuestras acciones y cuando llegue la tentación acudir inmediatamente al Señor por medio de una oración mental o una pequeña jaculatoria, por ejemplo, “Señor, ten misericordia de mí, que soy un pobre pecador”, pero rezada con el corazón, desde lo más hondo de nuestro ser, con la confianza plena de sabernos escuchados por aquel que nos ama y nos ha llamado a ser santos. No hemos de consentir la tentación, san Ignacio decía que al demonio no solo hay que resistirle sino vencerle; si tú dedicas diez minutos a la oración, reza once, y verás como, poco a poco irás sintiendo la necesidad de ese espacio a solas con Dios, con el rezo del Oficio Divino, la oración personal, la lectura espiritual, el santo rosario, las oraciones piadosas, en fin, tantas armas que tenemos a mano para ser santos y que tantas veces dejamos en el olvido. Ser santo es cosa de pecadores que habiendo reconocido su realidad han luchado no por ser perfectos sino por darle mayor gloria a Dios desde su propia imperfección. Abre tu corazón y permite que el Señor sea tu Cireneo… Me encomiendo a tus oraciones. Paz y bien. Dr. Alonzo Álvarez Fraternitas EG Ad Maiorem Dei Gloriam Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, confórtame. O buen Jesús, óyeme. Dentro de tus llagas escóndeme. No permitas que me aparte de ti. Del maligno enemigo defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a ti. Para que con tus santos te alabe. Por los siglos de los siglos. Amén. San Ignacio de Loyola.
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