La vida de fe de nuestros hijos
- Marco Murillo Sánchez
- 12 oct 2017
- 5 Min. de lectura
Queridos hermanos, esta semana deseo dirigirles a ustedes unas palabras respecto a un tema al que debemos de poner especial atención: a la vida de fe de nuestros hijos; un tema que no carece retos y de dificultades, y que con la paleta de corrientes e ideologías que nos ofrece la sociedad en estos tiempos, nos presenta a los padres, una tarea que debemos de afrontar con una firme y bien planteada convicción de nuestros principios.
Talvez se preguntaran porque quiero tocar este tema, de forma tan puntual, a sabiendas que – en artículos anteriores – ya he tocado brevemente el hecho que la familia es cuna de santidad e Iglesia domestica; que los padres somos responsables del crecimiento de fe de nuestros hijos y que juntos debemos caminar por el sendero del Señor, que podría ser una reiteraron o redundancia contextual; pero no es así.
Quiero profundizar en este tema, porque son alarmantes como va en incremento los casos en que he visto como nuestros jóvenes se alejan de los caminos del Señor, reniegan de la fe y vociferan improperios y calumnias contra nuestra Iglesia. Esto es un fenómeno que me gusta llamar: Ateísmo juvenil infundado.
Este nombre que le doy – definición bajo criterio y título personal – podría sonar muy romántico o técnico, pero encierra la falta o carencia de algo tan sencillo y tan básico, pero que aun así, flagela a nuestra familia y a nuestra Iglesia: el acompañamiento constante y permanente de los padres en la vida espiritual de los hijos.
Deseo traer a colación, una experiencia personal, que viví hace unos años en la escuela de mi hija, y que creo nos servirá de ejemplo para el tema que traigo en esta ocasión.
La escuela donde asiste mi hija – una escuela pública – realizó una convocatoria, puntualmente los docentes de educación religiosa, para todos los padres de familia de los estudiantes del quinto nivel, para mostrar la totalidad del contenido del programa lectivo de esta asignación; esto con el fin de mostrar que esta asignatura, no se enfocaba el temas de dogmática religiosa católica o en temas que podrían coartar el pensamiento o bases religiosas de los niños que no eran católicos y que así, la asignatura la “llevaran” la totalidad de los alumnos y que juntos aprendieran de valores esencialmente cristianos.
Al terminar la presentación de los docentes, numerosos padres de familia, la mayoría protestante, alzaron la voz mostrando su desacuerdo con la materia y manifestándose en contra de dicho programa, aduciendo que en este, al llegar a sexto año, se hablaba hasta de la teoría de la evolución de Charles Darwin, y que eso era una barbaridad, y algo anti bíblico.
Los docentes, de forma cordial, aclararon que este tema se veía con el fin de exponerles a los alumnos, que existen diferentes pensamientos y teorías que se “manejan” en la sociedad, y que eso les ayudaría a desarrollar un pensamiento crítico y analítico (con el acompañamiento de sus padres) para en un futuro madurar su fe.
No contentos estos padres protestantes, siguieron quejándose sin atender a ninguna razón. Durante este debate, yo pensaba de forma silente todo lo que había generado este tema y luego, comentándole a mi esposa de forma discreta le dije: “vamos a ver que dicen esos padres cuando sus hijos crezcan y lleguen a ciertas universidades y les quieran “meter” en la cabeza – sin anestesia o consideración – la falsa idea que la religión es un engaño y que Dios no existe”.
Después de este hecho, para mí un tanto bochornoso, me puse a analizar con calma y con la cabeza fría, esa idea que, en el calor del momento se me vino a la cabeza y que comente en secreto. Y producto de eso me salto otra inquietud, que de cierta forma me preocupo: ¿Cuántos de esos niños en un futuro abandonaran o renegaran de la fe, por las pocas bases o el poco racionamiento verdadero de sus creencias o la de sus padres? ¿Cuántos de esos niños, en el caso de los católicos, que hace poco vimos ilusionados por que llegara el día de su primera comunión, luego no querrán asistir a la eucaristía o ni siquiera querrán saber nada acerca de Dios?, y no tenemos que ver esto como casos aislados, ya que creo que todos conocemos al menos un caso, en donde un joven poco a poco se va separando o ya se separó de la vida de Iglesia.
Pero entonces… ¿Qué pasa? ¿Por qué sucede esto? ¿Cómo podemos evitarlo?
La fe es el tesoro más grande que tenemos como creyentes, y por eso debemos hacer que nuestros hijos lo descubran y lo valoren, poniendo todos los medios necesarios para conservarla y acrecentarla en ellos de manera regular.
La Palabra de Dios nos instruye al respecto: “Educa al niño en el buen camino: y cuando envejezca no se apartará de él” Proverbios 22,6. Y ahí yace la clave de este dilema: la formación adecuada de nuestros pequeños, pero no una formación impersonal (habíamos mencionado en los artículos anteriores, que no basta con solo llevar a los hijos a que reciban catequesis en la parroquia y no mas), si no que esta formación y acompañamiento debe ser con un serio compromiso de formar futuros discípulos de Cristo (nuestro testimonio de vida y de fe es primordial en estos casos); de ser personas capaces de dar razón de su fe (cf. 1 Pe 3,15), y que el día de mañana, cuando lo vientos recios de las ideologías “modernas”, deseen hostigar sus convicciones religiosas, no tambaleen y se mantengan firmes en ellas.
Es responsabilidad nuestra – como padres cristianos – mostrarles a nuestros hijos el camino verdadero de Señor, para que puedan madurar en sus creencias, pero con buenas bases, adentrándonos el binomio fe-razón, que es tan necesario hoy en día; ya que sabemos que vivimos en un mundo donde el racionalismo pretende imperar y todo lo cuestiona y una fe sin razón tampoco les ayudara mucho a defenderse.
Como padres, debemos de conocer muy bien a nuestros hijos, para así, cuando sea necesario, ayudarles a superar los obstáculos que a nivel humano puedan dificultar su vida de fe, tener un acercamiento amoroso y fraternal con ellos, para también crear una serie disposiciones adecuadas para que puedan responder generosamente a ese don maravilloso de Dios. Nosotros mismos no podemos ser piedra de tropiezo para que ellos expresen o vivan auténticamente su fe.
Tampoco debemos olvidar de la importancia de orar mucho por nuestros hijos, para que ellos conserven esos valores que con tanto amor y entrega les hemos enseñado, y que en un futuro puedan hacer lo mismo con sus hijos, y ellos con sus hijos y así consecutivamente.
Y en el caso en que ya nos encontremos en una situación donde un hijo nuestro se haya apartado de los caminos del Señor, deseo despedirme con una breve y hermosa oración a Santa Mónica (madre de san Agustín) quien fue elevada a los altares por las lágrimas y el ruego por la conversión de su hijo:
“A ti recurro por ayuda e instrucciones, Santa Mónica, maravillosa ejemplo de firme oración por los hijos. En tus amorosos brazos yo deposito mi hijo(a) (mencionar aquí los nombres), para que por medio de tu poderosa intercesión puedan alcanzar una genuina conversión a Cristo Nuestro Señor. A ti también apelo, madre de las madres, para que pidas a nuestro Señor me conceda el mismo espíritu de oración incesante que a ti te concedió. Todo esto te lo pido por medio del mismo Cristo Nuestro Señor. Amén”
Marco Murillo Sánchez.
Fraternidad Evangelii Gaudium
