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Del silencio de la mente a la santidad en la acción

“Solo en el silencio de la oración se sabe a qué sabe Dios”

                                San Ignacio de Loyola

Paz y bien, hermanos. El silencio es una experiencia que va más allá de acallar la boca; este trasciende hasta los rincones más vastos de la propia mente y ha de conducir a la serenidad del alma para que así pueda esta llegar al equilibrio que permita clarificar las ideas y sea capaz de unir la experiencia de calma física con la sobriedad del pensamiento. Para acallar los ruidos de la mente, es menester iniciar con la búsqueda de un lugar tranquilo, donde se haya sido capaz de dominar las tentaciones de las máscaras del mundo que impiden disponer los pensamientos de tal forma como si fuese una hoja de papel en blanco lista para ser invadida por los pensamientos divinos que puedan conducir al alma durante el camino de la purificación para asemejarse a la imagen del Dios Altísimo. Por tanto, no se puede pretender un aislamiento de todo y de todos en la vida cotidiana, es por ello que disponer de ese silencio interior, en especial aquel que sosiega los pensamientos, la mente, es el primero y más grande de los pasos para conducirse por la ruta que conduce a la santidad, una santidad vista de forma práctica, donde exista una concordancia entre lo que se cree, lo que se sueña, lo que se aspira y lo que se hace. Un hombre que pretenda la santidad como fin primordial de su existencia no puede ni debe descuidar sus ratos de silencio a solas con Dios, pues es ahí donde obtendrá las fuerzas para combatir las tempestades que aquejan en la vida corriente. San Francisco de Asís, a quien festejamos el día de hoy con la alegría particular de un corazón que le debe mucho en el camino de la conversión, decía que se ha de predicar el Evangelio en todo momento y de ser necesario, utilizar palabras. El pobrecillo de Asís, nos da una lección magistral que se resume en la congruencia de vida, en el equilibrio del decir y del hacer, un hacer que se orienta por la Voluntad de Dios y que tiene como fin darle mayor gloria a Él. Necesitamos entender dónde está la verdadera alegría, esa, que San Francisco  expresa de la siguiente manera: Te digo que si hubiere tenido paciencia y no me hubiere alterado, que en esto está la verdadera alegría y la verdadera virtud y la salvación del alma. La verdadera alegría consiste en cumplir la voluntad de Dios, en el desapego  a las cosas materiales y tener lo mínimo necesario y no lo máximo permitido; ser pobre con Cristo pobre, y dar la vida por amor, por un amor verdadero que ha sido oblación al Padre en el madero de la cruz. Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación con vuestro favor y ayuda delante de vuestra infinita bondad y delante de vuestra Madre Gloriosa y de todos los santos y santas de la corte celestial: que yo quiero y deseo, y es mi determinación deliberada, con tal de que sean vuestro mayor servicio y alabanza, imitaros en pasar toda clase de injurias y todo menosprecio y toda pobreza así actual como espiritual, si vuestra santísima majestad me quiere elegir y recibir en tal vida y estado. Ejercicios Espirituales #98 San Ignacio de Loyola Dr. Alonzo Álvarez Fraternitas Evangelii Gaudium


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