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La familia: Iglesia doméstica

Queridos hermanos, en esta ocasión nos dispondremos a profundizar un poco en un término que puede que hayamos escuchado mucho en las homilías dominicales, en las catequesis parroquiales o en diferentes ámbitos eclesiales, y que es consecuente y vinculante al tema anterior que pudimos exponer, que es el término que encabeza estas humildes palabras: Familia, Iglesia doméstica; pero que a su vez, de forma muy curiosa y paradójica, puede que no comprendamos en su totalidad o no lo pongamos en práctica a como nos enseña la Palabra y el Magisterio. Estas palabras nacen de la experiencia personal como catequista en mi parroquia y de las iluminaciones que nos brinda la Iglesia en estos temas, pero también sobre todo como un padre de familia, preocupado por lo que ha visto que está pasando en estas “épocas modernas”. Ya profundizando en el tema, cuando nos corresponde hablar al respecto de la formación cristiana y de fe de nuestros hijos, la mayoría nos podríamos ver tentados a pensar que esa es una tarea que le corresponde exclusivamente a la Iglesia (comprendida como institución parroquial), puntualmente a la catequesis de iniciación cristiana o a la catequesis infantil, a la cual llevaremos a nuestros pequeños para que “reciban” un Sacramento (Bautismo, Primera Comunión, Confirmación), y que nuestro papel como papás, se limita a llevar a nuestros hijos a los encuentros catequéticos y a acompañarlos únicamente de forma física en el “proceso” que llevan; pero a como lograremos ver, puntualmente no es así. La familia es y sigue siendo un agente imprescindible en la educación en la fe de sus miembros, lo que significa, que en la familia – y los padres principalmente como cabeza de la misma – no solo deben de involucrarse directamente en la formación cristiana de sus hijos, sino que deben de tomar un papel protagónico en dicha tarea. Deben sobresalir en el acompañamiento espiritual de la maduración de fe de sus hijos o miembros. Nuestro santo padre San Juan Pablo II, en el octubre de 1979, casi a un año de su pontificado, le señalaba a los Obispos Argentinos, lo siguiente: “El hogar cristiano, debe ser la primera escuela de la fe, donde la gracia bautismal se abre al conocimiento y amor del Dios, de Jesucristo, de la Virgen María, y donde progresivamente se va ahondando en la vivencia de las virtudes cristianas, hechas norma de conducta para padres e hijos. La catequesis familiar, en todas las edades y con diversas pedagogías, es importantísima.” La familia es “la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros y donde los padres trasmiten la fe a sus hijos” nos ilumina el papa Francisco en su exhortación apostólica la Alegría del Evangelio o “Evangelli Gaudium” en su numeral 66; por ello es que es muy triste ver a cientos de niños que llegan a las catequesis parroquiales, sin saberse al menos persignar o saber rezar el Padre Nuestro. Por eso, la familia cristiana, debe abrazar con insondable amor esa responsabilidad, y administrar esos dones y gracias que Dios nos ha dado a administrar, y apoyarse unos a otros en esta tarea y camino particular, procurando que el crecimiento de sus miembros sea de forma integral, con especial énfasis en lo espiritual y religioso. Por ello que la familia, ha de estar atenta y debe de cuidarse de la influencia nociva de fuertes movimientos e ideologías y también de personas que pueden atentar contra su armonía y su naturaleza misma, que la pueden hacer desviarse de su sagrada misión. Para evitar que eso suceda, es necesario alentar una participación más activa y consiente de toda la familia en la vida de la Iglesia y el camino de la fe, y que como unidad – todos los miembros de la familia – participen de la Eucaristía, de la oración en familia, de las formaciones de la catequesis permanente, de las devociones parroquiales y en sí, de toda la acción litúrgica a la cual podamos tener acceso. También debemos que tener en cuenta – nosotros, los padres de familia, como cabezas del hogar – que si nos alejamos o nos sentimos ajenos a todo lo anteriormente mencionado, podemos entorpecer esta responsabilidad, ya que parte de la formación para el crecimiento de la fe, se basa en el testimonio y coherencia de vida que podamos mostrar a nuestros hijos. Al respecto s.s. Juan Pablo I, el 21 de setiembre de 1978, 8 días antes de su fallecimiento, dijo: “Por la oración, la «eclessia domestica» se convierte en una realidad dinámica que lleva a la transformación del mundo. Todos los esfuerzos de los padres para incluir a sus hijos al amor de Dios y alentarlos con su ejemplo de fe, constituyen el apostolado propio de nuestro tiempo”. De ahí, que nosotros como padres, debemos también de poner especial cuidado a nuestro crecimiento y vida de fe personal, ya que a como dice un dicho popular: “nadie puede dar, lo que no tiene”, y si nosotros mismos, hemos descuidado este aspecto de nuestra vida, la tarea no se va a poder llevar acabo. Propongámonos con entusiasmo como familia, crecer aún más en la fe, y lograr que nuestros miembros puedan llegar a una madurez espiritual y de fe, con los pilares del Evangelio, el amor, la esperanza y la caridad. Marco Murillo Sánchez. Fraternidad Evangelii Gaudium 


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