top of page

La familia cristiana: Cuna de santidad

En estos días, donde cada vez más y de forma más frecuente, se ven amenazados nuestros valores y convicciones cristianas más sagradas, y donde el expresarlos o vivirlos de forma abierta, se vuelve en anatema y hasta “ofensivo” para la mayoría sociedad; por ello es necesario redoblar esfuerzos para romper con esa opresión lasciva que nos quiere desgastar día con día, hasta el punto de querer hacernos renunciar a ellos. Para ello, es necesario retomar el plan divino, que nuestro Padre, ha edificado y querido para nosotros desde el origen de los tiempos: la santidad. Pero cuando tocamos el hermoso, apasionante y arduo tema de la santidad, tendemos a enfocarnos casi únicamente en aquellas personas, que por haber sobresalido en su camino hacia la casa del Padre y llevar vida ordenada, en estrecha e íntima comunión con el Evangelio, la Iglesia ha subido a los altares. Pero más allá de esas vidas ejemplares – verdaderos ejemplos a seguir y sumamente útiles para nuestra vida pastoral y peregrinar por este mundo – en esta ocasión, quisiera que dirigiéramos nuestra mirada a esa institución sagrada donde se criaron y fueron formadas esas vidas, que destilaron un amor tan fuerte, capaz de cambiar el mundo: la familia. La familia es la institución más importante de la sociedad, y así lo expresaba nuestro santo padre San Juan Pablo II, en una homilía en enero de 1979: “La familia es insustituible y, como tal he de ser defendida con todo vigor. La familia ocupa el centro del bien común en sus varias dimensiones, precisamente porque en ella es concebido y nace el hombre, por eso es necesario hacer lo imposible para que no sea suplantada”. El mismo Jesucristo, quiso empezar su tarea redentora desde el seno de una familia sencilla, normal. Lo primero que santifico nuestro Señor con su presencia fue un hogar. Entre José y María, había un cariño santo, un espíritu de servicio, compresión, total entrega, absoluta fidelidad, un vínculo indisoluble que les hacía emprender juntos un camino, mucha visión sobrenatural y ganas de hacerse la vida feliz. Así es la familia de Jesucristo, y así debe ser también la nuestra, principalmente en este momento, para combatir las inclemencias de la sociedad actual que atentan contra ella: sagrada, santa, ejemplar, modelo de virtudes humanas, dispuesta a cumplir con exactitud la voluntad de Dios, y por ello, es que decimos que es una cuna de santidad. Si optamos como cristianos, por cuidado y la formación de familias santas, podremos desarrollar en plenitud el plan salvífico del Creador en medio de las ocupaciones y preocupaciones de la vida normal hogareña. Podremos hacer que germine, aun mas y de forma muy fuerte, el amor y la santidad por todo el mundo. La sociedad necesita grandes y santos héroes, dispuestos a marcar la diferencia, a ser agentes de cambio positivo; que enarbolen con orgullo y valentía las banderas de la caridad y la misericordia, y eso es posible cultivarlo desde muy pequeños, en el seno familiar. Esto se ve ejemplificado en una hermosa familia santa – uno de los tantos ejemplos que podemos poner sobre la palestra – la familia iniciada por Luis Martin y Celia Guérin, padres de Marie-Françoise-Thérèse Martin, conocida por todos como Santa Teresa del Niño Jesús o Santa Teresa de Lisieux, Doctora de la Iglesia. El matrimonio de los padres de Santa Teresita del Niño Jesús, y de quien el Papa Francisco es devoto, fue el primer matrimonio en ser canonizado en la misma ceremonia en la historia de la Iglesia. El padre de familia nació en Burdeos (Francia) el 22 de agosto de 1823 y falleció en Arnières-sur-Iton (Francia) el 29 de julio de 1894. Por su parte, la madre nació en Saint-Denis-Sarthon (Francia) el 23 de diciembre de 1831 y falleció en Alençon (Francia) el 28 de agosto de 1877, aquejada de la enfermedad del cáncer de seno. La familia, después de diecinueve años de matrimonio, ante la crisis económica que afligía a Francia, queriendo garantizar bienestar y futuro a sus hijos, halló la fuerza de dejar la ciudad francesa de Alençon y trasladarse a Lisieux. Martin trabajó como relojero y joyero, mientras que su esposa lo hizo como pequeña empresaria de un taller de bordado. Junto con sus cinco hijas, emplearon tiempo y dinero en ayudar a quienes tenían necesidad y siempre mantuvieron una plena confianza en Dios y un apego amoroso e irrestricto a sus designios, incluso en medio del sufrimiento, ya que este matrimonio no se encontraba libre de difíciles pruebas, entre las que están el fallecimiento de 3 de sus hijos. A pesar de las dificultades, la vida profundamente cristiana de los esposos Martin se abre naturalmente a la caridad para con el prójimo: limosnas discretas a las familias necesitadas, a las que se unen sus hijas, según su edad; asistencia a los enfermos, etc. No tienen miedo de luchar justamente para reconfortar a los oprimidos. Este ejemplo de vida de padres devotos y abnegados, produjo gran cantidad de servicios y vocaciones religiosas entre sus hijas, entre ellas la de Santa Teresa; a como casi 100 años después nos lo exhortara la declaración “Gravissimum educationis” del Concilio Vaticano II: “Es, pues, obligación de los padres formar un ambiente familiar animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, de las que todas las sociedades necesitan” GE #3 Por ello, también nuestras familias, al igual que la familia Martin-Guérin, deben de preocuparse por seguir el camino de formación de los fituros santos de nuestros tiempos. Y si bien las circunstancias son otras, el fin es el mismo. La oración diaria – y si, la oración por los alimentos en todos los tiempos de comida cuenta y es necesaria – la lectura orante de las Sagradas escrituras en familia, la asistencia regular a la Eucaristía, el santo rosario, la caridad con nuestros allegados y los no tan cercanos; son prácticas diarias que debemos retomar o aumentar con valentía y decisión, para que la familia cristiana crezca y remonte su valor fundamental en la sociedad. Además, no sabemos si todo esto en un futuro, aparte de mejorar significativamente al mundo y a la sociedad, nos brinde más y nuevos santos en los altares de nuestra Iglesia; ya que, que hubiera sido de San Agustin, sin su madre Santa Monica, Santo Domingo Giovanni y Rosetta Gheddo sin su madre la Beata Juana de Aza, San Gregorio Magno, sin sus padres los Santos Gregorio y Silvia, San Audifaz y San Habacuc, sin sus padres los Santos Mario y Marta, y la ya mencionada Santa Teresa del Niño Jesús, sin sus padres los Santos Luis y Celia, entre muchos más. Marco Murillo Sánchez. Fraternidad Evangelii Gaudium 


Entradas destacadas
Entradas recientes
Archivo
Buscar por tags
Síguenos
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square

©2017 Camunidad Laical Fraternitas EG

  • Blogger Social Icon
  • Facebook Social Icon
bottom of page