Comentario del Santo Evangelio
Del santo evangelio según san Mateo (17,1-9) Jesús toma consigo a tres de sus amigos, Pedro, Santiago y Juan; los lleva a un lugar apartado, y ahí en la cumbre de un monte se transfigura delante de ellos. Y el evento es descrito por el evangelista en términos de luz: “su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.” Pues Cristo es la luz de mundo, en él se nos da la plenitud de la revelación, todo el Antiguo Testamento mira a Cristo y Él esparce la luz de su verdad a la toda la humanidad representada en sus amigos. Toda la escena transcurre en la meridiana luz que resplandece en el rostro Cristo, toda la escena, hasta que la nube de la gloria de Dios los cubre con su sombra, es entonces en medio del temor que aquellos hombres escuchan la voz del Padre “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo” porque es en medio de la vida cotidiana cuando no tenemos las cosas claras que hay que escuchar al Hijo. ¿Y qué les dijo Jesús a sus amigos llenos de temores, caídos de bruces por el espanto? Cristo les dice a aquellos amigos suyos, lo mismo que nos dice a nosotros cuando el miedo nos ha tirado por tierra, “Levantaos, no tengáis miedo”. A veces bajamos a la vida después de estar como los discípulos en el Tabor, felices, plenos y llenos de la luz de Cristo, a veces bajamos y la vida nos da de bruces y nos tira por tierra llenándonos de temor, y a causa de nuestra rabia y de nuestra hambruna, con nuestro corazón dirigido hacia el cielo y el grito angustioso en nuestros labios, oiremos la voz de Cristo que nos dice Levantaos, no tengáis miedo. Emmanuel Barrientos Coordinador FEG Oremos pidiendo la gracia de volver a la vida diaria con la confianza en Jesús de Nazaret. Qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas”. Humana disposición a echar raíz en lo apacible. Pero hay que volver a la brega diaria. Hay que volver, una y otra vez, al amor aterrizado, a la intemperie, a los caminos que recorremos cargados de nombres y de preocupación cotidiana. Hay que volver a las encrucijadas donde toca optar, renunciar y elegir; a los días intensos, de búsquedas, ojeras, anhelos y horas estiradas. Hay que volver a los días grises, a las preguntas, al no saber, a la inseguridad reflejada en un espejo, a la tenacidad y a la resistencia. Hay que volver a lo acostumbrado; pero no con desgana o arrastrando la existencia y el ánimo, sino con la gratitud y la esperanza por banderas. (José María R. Olaizola sj)